Le Vide_©Vasil_Tasevski
Le Vide-Essai de Cirque, otro espectáculo que podría hacerte saltar de tu silla
25/09/2019 - 09:37

No imaginábamos lo que nos iba a pasar. O casi.

Fuimos al circo Price a ver un espectáculo electrizante de unos artistas franceses, algo macarrillas, cuya gran habilidad y reclamo era utilizar una excavadora como el instrumento central de sus cabriolas. El joven que manejaba el tremendo aparato, en el centro de la pista, no podía caminar porque hace años, siendo muy joven, se había roto el espinazo tras una caída en una de sus acrobacias. Nos impresionó el tesón y la voluntad del chaval que, aun privado del uso de sus piernas, no había cejado en su empeño de ser artista circense y no se le había ocurrido otra idea más extemporánea que hacer acrobacias sentado a los mandos de la excavadora amarilla, desde donde interaccionaba de manera precisa y brutal con sus dos compañeros. Cosa de embrujo (ahora lo llaman disrupción).

Nos pareció una muestra del valor y la pasión kamikaze de las gentes del circo y de los peligros que asumen en cada función cuando buscan el más difícil todavía y el aliento contenido del público que se rompe, como una presa, en un tsunami de aplausos.

Aquella noche nos sentaron en unas butacas en primera línea de pista, donde toda la pomada, y, antes de tomar asiento, fuimos comprar una ración de palomitas. El show comenzó y la excavadora comenzó a dar vueltas sobre sí misma, a rugir mientras extendía y recogía su temible brazo mecánico mientras levantaba y lanzaba a los otros acróbatas al espacio interestelar que se encuentra bajo el techo redondo del Price. Estábamos muy cerca y daba asombro y daba miedo.

Fue entonces cuando ocurrió el hecho fatal. El brazo dentado de la excavadora chocó accidentalmente con la torre metálica que, al lado de nuestros asientos, sujetaba no se qué tramoyas circenses. Miramos hacia arriba asustados y vimos como la columna de acero se fracturaba y caía sobre nosotros, que habíamos dejado de comer palomitas, congelados por el terror.

Todo pasó muy rápido y muy lento. Nos levantamos, primero Liliana, que, sin dejar de mirar lo que se nos venía encima, cogió el brazo de Sergio, que allí sentado enfrentaba una muerte segura. Nos levantamos, huimos de nuestras butacas mientras el resto del público chillaba con el corazón en un puño. ¿Nos salvaríamos? ¿Habíamos tenido los suficientes reflejos? ¿Caería la viga sobre nosotros? Y, sobre todo, ¿por qué no nos habíamos hecho el seguro de vida cuando llamó por última vez el insistente teleoperador del Banco de Santander?

Entonces, cuando ya estábamos de pie y a unos metros, la torre detuvo su caída y se quedó atrancada en su propia bisagra: no había sido un accidente sino un truco de los franceses que, en cada función, simulaban esta catástrofe para alucinar al personal, y el personal alucinaba.

Ahora estábamos de pie, en nuestro camino hacia la puerta o hacia la muerte, mientras el graderío se reía aliviado, no se sabe si con nosotros o de nosotros. Nos habíamos convertido, a nuestro pesar, en parte del mayor espectáculo del mundo. Lo curioso es que no hemos dejado de ir al Price a dejarnos meter puercospines giratorios en el vientre.

Lo bueno de esta historia es que durante las semanas siguientes pudimos contar a amigos y conocidos nuestra ¿heroicidad? algo distorsionada para crear leyenda y sentirnos por un momento como esas gentes locas, aguerridas, estratosféricas de los circos que se juegan la integridad física, el espinazo, el caminar y hasta la vida con el único noble fin de hacer que nuestras vidas sean un poquito mejores, al menos cuando nos reunimos en torno a ese circulo mágico. Y sin trucos que valgan.

 

Los Peligro (Liliana Peligro y Sergio C. Fanjul)