PRENDERSE
16/12/2019 - 13:53

Aunque el circo está ocupando lugares que hasta hace algunos años eran impensables, y está, poco a poco, ampliando el imaginario colectivo, demostrando una gran versatilidad en su lenguaje y puesta en escena; todavía nos encontramos con piezas como la de Claudel Doucet y Cooper Lee Smith que empujan el lenguaje circense un paso más y subvierten la concepción del espacio del circo trasladando el más difícil todavía a la reformulación de la dramaturgia insertada en lo cotidiano de un apartamento.

Esta vez, el riesgo y la sorpresa forman parte del mismo espacio escénico, además de un lenguaje narrado, próximo a la cinematografía, en el que no hay necesidad de palabras para percibir las tensiones, el erotismo y la violencia de la vida y muerte de una relación de pareja que va mostrando su historia, desplazando el foco de la cámara y la mirada y cuerpo del espectador a través de distintas escenas.

El Teatro Circo Price ahora se traslada, sale de su Ronda de Atocha número 35 y reduce su aforo a 12 personas. El formato es totalmente distinto al que cualquier espectador se pueda imaginar, la cita se da en una calle del barrio de Embajadores y pasan del anonimato de las mil butacas del Teatro Circo Price, a poder saludarse curiosos y cómplices en la calle Ferrocarril. Y es que la sorpresa, una vez más, obliga a cuestionarse sobre la palabra circo y sus evocaciones.

Esta flor rara de otoño crece en un apartamento, y deja su aroma a modo de letreros con instrucciones sobre cómo disfrutar de su particularidad. El último cartel, situado en medio del salón, rodeado de butacas, avisa que hay que seguir la luz. La pequeña pista es circular, las butacas no cuentan con reposabrazos, porque son los sillones y sillas de una casa. En esta ocasión, el Teatro Circo Price no tiene 20 metros de altura, no existe el riesgo de la caída, el techo no mide más de 3 metros, y los componentes habituales del circo entran en cuestionamiento. No hay unos metros que establezcan una distancia entre el observador y el artista: la proximidad es parte de la dialéctica, donde cada uno de los presentes en la pequeña sala son parte de la ecuación, y ayudan a conformar la atmósfera que se ha empezado a gestar. En un rincón, sobre un armario, hay una planta que crece sin saber que algún día morirá.

Así, empieza Prenderse -o continúa, porque la aventura empezó desde el momento en que se subían las escaleras-. Aparecen dos figuras, Claudel y Cooper, y adentran al público a su historia, haciendo cómplices a los espectadores de sus rutinas, de la conformación de su intimidad y van dirigiéndolos, a través de luces, en dirección a las distintas etapas de su relación, extrapolándolas a las estancias del apartamento, donde se camuflan algunas plantas en paralelismo con la realidad de la pareja. La tensión, marcada por la sutil -y a la vez marcada- violencia de la relación, se acentúa a medida que avanza la obra por la extrema proximidad de los espectadores entre sí y con lo que sucede frente a ellos.
Formados en la National Circus School de Montréal y especializados en creaciones multi e interdisciplinares, donde se sirven de otras disciplinas como la música, la danza o la video instalación, Claudel y Cooper, que también han trabajado para otras compañías como Cirque Eloize, Cirque du Soleil o 7 Fingers, en esta obra site specific, investigan sobre la complejidad de los afectos, los apegos y los desapegos, haciendo a los espectadores partícipes de su reflexión en torno a la fragilidad de la soledad.

El apartamento de la calle Ferrocarril, que durante unos días se volvió en centro de creación y pista temporal del Teatro Circo Price, ahora volverá a albergar a algún inquilino desconocedor de que, en ese espacio, una vez hubo un circo.

 

Eva Luna García-Mauriño